viernes, agosto 29, 2008

Mi extraño Madrid (3)

La Gran Vía madrileña es una de esas calles llenas de espectáculos que hay en casi todas las grandes ciudades del mundo. Salvando las distancias, dicen que es como Broadway o Piccadilly en Londres. Aunque siempre he pensado que no se parecen mucho ninguna de las tres.
Cosmopolita, preciosa, llena de espectáculos, cafeterías y gente a cualquier hora. No faltan el ubicuo Starbucks o los Doner Kebab turcos, las hamburgueserías o las pizzas; como si la globalización fuera cosa sólo de comer, Una de las cosas que más me gustan de la Gran Vía es que todos sus edificios son obras de arte y ninguno es igual al siguiente. Todos son distintos. El edificio impresionante de Telefónica con su reloj iluminado de rojo en lo alto, el de los dos templetes superpuestos, los rótulos de Baume & Mercier o Schweppes y la joyería Grassy. Excelentes.
Decía que anoche salíamos del cine después de ver una película. No era muy tarde. Y como hacía muy buena noche decidimos volver a casa dando un paseo.
Casi llegando a Cibeles nos encontramos con tres adolescentes. No más de 14 años cada uno. Pensé que no eran horas ésas para que tres críos estuvieran un jueves a la noche por la calle dando vueltas. Pero eso me lo guardé sólo en mi pensamiento y no dije nada. Siempre que veo estas cosas pienso si no tendrán madre los chiquillos. Su diversión consistía en estallar unas botellas de cristal contra una pared. Lo hicieron dos veces, y aún les quedaban otras dos botellas intactas.
Fui a recriminarles por lo que estaban haciendo, por cómo estaban dejando la calle. Cualquier persona decente lo hubiera hecho. Y antes de que pudiera hacerlo me miraron los tres con una cara de ira y de violencia que no me atreví.
Me fui a casa pensando ¿qué estamos haciendo mal? ¿Qué nos está pasando?