martes, noviembre 29, 2005

Malos tratos


Leo en la web de la Comisión para la Investigación de Malos Tratos a Mujeres (CINDOC) que 105 mujeres han sido asesinadas por sus parejas durante el año 2004, en España. El año 2005 todavía no ha acabado, pero los datos no son más optimistas. A día de hoy la cuenta va por 81 en España. ¿Qué está pasando? ¿Cuesta tanto que el número resultante sea cero, que no existan los malos tratos?

Supongo que la cosa esa de los malos tratos la lleva el hombre poco evolucionado que arregla todo a golpes y mamporros. Cuando lo de Adán y Eva, el procedimiento para eso tan importante que es conquistar a una mujer consistía en darle un porrazo en la cabeza y llevársela a la cueva.

Pero, claro, todo cambia, todo evoluciona, y llega la Edad de Piedra. Esto complicó enormemente las cosas, porque el hacha de piedra con la que le daban el porrazo en la cabeza estropeaba mucho los peinados y las dejaba a veces muy estropeadas. El viejo arte de la seducción tuvo que ser abandonado e inventarse otro más racional.

La gente evolucionó y buscó un procedimiento distinto para privar del sentido a la elegida por su corazón y llevársela a la cueva: la declaración de amor. Las palabras apasionadas son tan cotundentes como el porrazo en la cabeza, con la ventaja de que no hay necesidad de arrastrar a nadie a ningún sitio.

Lo de que luego vendrán los niños traviesos a pintar por las paredes de la cueva mientras los padres no les ven, lo dejo para otro post. Pero así, por los chicos malos, se inventaría el Arte. Y luego vendría lo de Leonardo, Miguel Ángel, Brunelleschi o Warholl. Pero ya digo, este tema es más largo y no es para ahora.

Ya es suficiente con los Cromagnones éstos que arreglan los problemas de pareja a golpes. Que no evolucionan. Paremos esto.

P.D. Aunque he hecho una pequeña broma para explicar lamentables hechos, mi mayor respeto y consideración para las personas afectadas.

lunes, noviembre 21, 2005

Triste reflexión

Es curioso cómo en Europa llevamos unos días más preocupados por la muerte de un ave en Grecia o dos en Turquía, que por los 3 millones de personas que mueren al año victimas del Sida o los 500.000 niños que fallecen anualmente en África víctimas del VIH.

El Informe de la O.N.U. de hoy es desolador, después de 24 años de la aparición de la enfermedad.

miércoles, noviembre 16, 2005

El fuego


Tras los cristales se acomoda una de esas noches de nieve, heladoras, del invierno castellano. Me gusta acodarme en el sillón y así ganarle pensamientos al insomnio, y mientras miro de cerca al fuego de la chimenea escucho el plaf-plaf de la leña ardiendo y empiezo a sentir calor. Me agobia el calor en verano, pero he de reconocer que el de la chimenea en las noches de invierno te hace sentir todo tu cuerpo: sudas, te dilatas, hasta te molesta el aire sofocante que llena tus pulmones, mientras fuera caen copos de nieve.

Quizás sea la memoria genética de aquellos tiempos asilvestrados en que el Hombre apenas era algo más que una bestia tiritando de frío en los inviernos cavernarios. El animal que éramos sabía que el frío le mataba, así que tenía que sentirse feliz al llegar el buen tiempo. Tal vez sea ésa memoria de supervivencia la que nos sigue atrayendo al fuego en invierno y nos enciende las venas cuando llega el verano.

Mientras perplejo observo el baile de fuego me parece sentir el rotar del planeta, cómo mi corazón late, pum-pum-pum, al ritmo de esos engranajes de reloj colosales, y siento que todos somos una pieza esencial de ese enorme rompecabezas universal.

En esta madrugada heladora me vienen a la memoria algunos hechos sorprendentes de la vida, que descubrí en los viejos libros de fauna del abuelo cuando era un niño. Por ejemplo que hay canguras que producen leche de diferente densidad en cada mama para atender a distintas crías o aquéllos camellos que almacenan toda su grasa en la joroba para cubrirse del sol desértico implacable o que el castor cuando corta la madera es capaz de sellar su garganta con la lengua para no tragar astillas. No hace falta irse tan lejos, nosotros también somos prodigiosos: con pestañas para proteger nuestros ojos, con millones de neuronas, con válvulas que regulan el furioso batir de la sangre. Pum pum pum. Si lo pensamos, es mágico.

Ese milagro de ingeniería biológica es lo que le basta al camello para aupar toda su grasa a la joroba, y para explicar que el sudor, que frente al fuego ahora sudo, es el regulador de la temperatura de mi cuerpo.

Pero los hombres además de ser un milagro biológico animal, somos algo más: una dimensión trascendente. En esa doble dimensión espiritual y natural encontramos nuestro lugar en el enorme rompecabezas. Y nos muestra que, a pesar de nuestras diferencias, TODOS SOMOS IGUALES.

jueves, noviembre 10, 2005

En el blog de Massimo


He leído en el blog del italiano Massimo (Trafficante de cannelloni) una frase que me ha impresionado: "Sueña como si fueras a vivir siempre, vive como si fueras a morir hoy." Oscar Wilde.

Con la belleza y la musicalidad de su lengua la frase todavía, si se puede, es más bella e impactante: "Sogna come se dovessi vivere per sempre, vivi come si dovessi morire oggi". Oscar Wilde.

Gracias Massimo por hacerme recordar esta frase.

P.D. Aquí va mi pequeño homenaje y gran respeto a todos aquellos inmigrantes africanos, hermanos, que se juegan la vida a diario cruzando el Estrecho de Gibraltar para buscarse un futuro mejor en Europa. Muchos de ellos desaparecen en el mar. A todos ellos y a sus familias.

sábado, noviembre 05, 2005

Casi otro cuentecito


Tal como está la vida pensaba escribir algo sobre ese santoral sin santos que es la ONU y los discursos sobre Irak con la excusa de hacer un mundo mejor y de que Occidente siga siendo millonario en su pobreza. Pero no, no voy a dedicar mi post a eso, porque prefiero escribir sobre este sotavento que es la vida.

La imagen es la de una historia, tan real, tan breve y tan profunda; casi un cuentecito, que me acompaña en estos días coincidiendo con estas fechas -como una imagen, de ésas bellísimas de postal-. Tal vez hoy sea el día para escribirla.

A finales de septiembre una gran bandada de pájaros se estuvo congregando durante días en unas palmeras mediterráneas que hay frente a la playa, en Denia, antes de volar hacia el sur para buscar el invierno cálido de África.

De golpe, como automáticamente, tras las líderes que vuelan en cabeza, todas emprendieron el viaje hacia un horizonte límpido de agua mediterránea, azul cobalto. Donde encontrarán aire templado en invierno, construirán sus nidos, se amarán y tendrán crías que en primavera retornarán con ellos otra vez hacia el norte. Sobre ese mismo mar, bajo ese mismo sol. Repitiendo ese rito inmutable y eterno. Idéntico desde que el mundo existe.

Muchos de los que viajaron el año pasado no habrán vuelto este año, del mismo modo que muchos de los que vinieron esta primavera quedaron atrás y no volverán al templado y suave invierno africano. Eso no es ni bueno ni malo; es la vida con sus leyes y sus códigos, y el código de cada una de esas aves afirma en el silencio de su instinto que las cosas son como son y cumplen con las reglas de la Vida.

Pero lo que importa es que la bandada sigue ahí, que este año a finales de septiembre volvieron a otras tierras y harán, como siempre hicieron, ése viaje de regreso en abril. Siempre distintas aves, y sin embargo la misma bandada.

Entre nubes, tras la líder, se alejaban casi en formación. Olían a tierra prometida y tenían prisa por llegar, sin reparar en que una se rezagaba. Y ninguna miraba atras, seguro demasiado fijas en su propio esfuerzo. Tampoco podrían hacer otra cosa. Cada una vuela para sí, aunque viaje entre otras. Son las reglas.

Tal vez el ave rezagada era demasiado vieja para el largo esfuerzo, estaba enferma o cansada. Salió al tiempo que todas, pero las demás la fueron adelantando dejándola una distancia cada vez mayor.

La rezagada movía las alas con angustia, sintiendo que las fuerzas la abandonaban, mientras luchaba con la tentación de dejarse vencer sobre el agua cada vez más cercana.

La bandada estaba cada vez más lejos, y ella sabía que no la alcanzaría nunca. Aleteando casi a ras de las olas, con las últimas fuerzas, el ave comprendió que la inmensa bandada volverá a pasar por ese mismo lugar hacia el norte, cuando llegue la primavera, y que la historia se repetirá año tras año. Habrá otras primaveras y otros veranos hermosos, idénticos a los que ella conoció. Y mientras volaba los últimos metros, resignada, exhausta; sonrió.