viernes, octubre 19, 2007

En un lugar de la Mancha...

Leo en el diario británico "The Independent" que el pasado fin de semana James D. Watson concedía una larga entrevista que publicaba otro medio. Hasta ahí no me sorprendía nada. Es de lo más normal.

Los que no entendemos nada de ciencias no sabemos quién es este señor ni porqué concede entrevistas. Claro.

La cosa es que según voy leyendo este señor es premio Nobel de Medicina por sus investigaciones en el campo de la genética humana y codescubridor de la estructura de nuestro ADN. El asunto se va poniendo más interesante, a lo mejor tiene algo que contar; acostumbrado a tanto elemento que no tiene nada que decir y dice. Parece que merece la pena seguir leyendo.

En mitad de la entrevista este investigador tan listo listísimo suelta su perla defendiendo que los blancos son más listos que los negros. "Nuestras políticas sociales se basan en la idea de que la inteligencia (de los africanos) es igual que la nuestra, pero no es así". Absurdo.

Los científicos de la cosa saben que hoy por hoy no conocemos el conjunto de genes que influyen en el desarrollo de la inteligencia ni conocemos exactamente en qué secuencias de genes nos diferenciamos unas razas de otras.

Entonces, por qué esta absurdez de un nobel en pleno siglo XXI.

Propongo que al igual que se conceden los Premios Nobel haya una ceremonia semejante para desposeerlos, ante cosas tan estupidas como éstas. Igual. Al son de fanfarrias, violinillos y trompetillas, y con el rey Carlos Gustavo de Suecia, muy circunspecto él, con toda su Corte quitándolos.

Además digo yo que tan blanco es el blanco de Las Pedroñeras (Cuenca) como el rubio de Gotemburgo o el cow boy reventón del rancho de Wichita, que no sé dónde está pero me apetecía ponerlo. Según este señor son igual de inteligentes sólo por ser blancos.

Yo lo que creo es que a este nobel tan premio Nobel se le debe estar secando el cerebelo de tanto mirar por el microscopio y, claro, dice ya algunas tonterias trasnochadas. A juzgar por las cosas que afirma en las entrevistas.

Conozco a otro que de tanto leer libros de caballería confundía molinos de viento con gigantes que le acosaban. Pero, claro, éste ni se llama Alonso Quijano ni es un Ingenioso hidalgo manchego.

martes, octubre 09, 2007

El pobre más pobre

El pobre más pobre y triste que he visto en mi vida lo vi hace años en el país rico más rico que existe. En Nueva York. Llevaba unos pantalones hechos con bolsas de plástico y una chaqueta que habría pasado por 20 años de necesidades y otro tanto de manos. La nieve le caía encima mientras la gente pasaba delante de él, sin ni siquiera mirarle; ignorándolo, como si no existiera.

En estos días se recuerda la muerte del Che, me ha venido a la cabeza ese indigente penoso que malvivía en aquella Gran Manzana. Y pienso que el señor aquel que mataron en Bolivia fue sólo eso: un mito.

Para la construcción del mito resulta clave que muriese joven, en 1967 y que luchara hasta la muerte por unos ideales. Pero su muerte un año antes de la primera revolución juvenil que sacudió al mundo, desde La Sorbona a Berkeley, es algo sólo coincidente y que no dependía de él. Que muriese sólo por unos ideales tampoco me parece de ser un mito. Los terroristas suicidas mueren por una causa, su causa, y no me parecen dignos de ser ningún mito.

Han pasado 40 años, no deja de ser irónico, y el mito, como tantos otros, se mantiene sólo en su vertiente capitalista. Que es el vender camisetas, fotografías, ceniceros, tazas o pseudoideologías políticas en nombre de la utopía, los sueños y la dignidad.

Pero el pobre más pobre y triste que he visto en mi vida sigue vagabundeando, olvidado de todo por las calles de Nueva York, como si fuera una Estación perdida que se le pasó hasta a Vivaldi.

Hoy me apeteció hablar de aquel hombre que vi en Nueva York. ¡Qué paradoja!

miércoles, octubre 03, 2007

La revisión anual

No logro entender cómo el español Fernando Alonso ha ganado dos veces el título mundial de Fórmula 1. Mucho menos cómo sus mecánicos en 7 segundos son capaces de cambiarle las 4 ruedas, llenarle el depósito de combustible y, de paso como cortesía, limpiarle la visera del casco. No. Los que vivimos en España sabemos que eso es imposible.

En España llevar el coche al taller supone quedarte unos cuantos días sin él y unos cuantos más sin dinero. Hoy, para mi desgracia, tuve que dejarlo allí para hacerle la maldita revisión anual. Claro, no sé cuándo terminará el asunto.

Los talleres son ese sitio lleno de coches por los aires, con esos señores llenos de grasa que hablan solos mientras arreglan piezas y desmontan los motores de los autos. Cuando llegas te dicen siempre que tienes que hablar con el encargado. Pero ahora ha salido a tomar el café, espere un poco. Y piensas pues será con bollos, porque llevo media hora esperando.

Cuando por fin viene, abre el motor y empieza a decir como para sí mismo buf buf mientras husmea como si no hubiera visto un motor en su vida. Con cada Uf sabes que la factura va subiendo, pero ya cuando dice qué chapuza le han hecho aquí, échate a temblar. La cosa se dispara. Llega por fin el déjelo aquí que mañana mismo lo tiene. Pero sabes que eso es toda una suerte de poker de ases que casi nunca ocurre.

Vas al día siguiente en la tarde y, claro, después de media hora cuando llega el encargado del cafetito vespertino -piensas éste de tantos cafetitos ya debe ser amigo de Juan Valdés-, ves a tu coche encima del gato hidráulico sin ruedas y como a pedazos. Te dicen es que hay que cambiarle las ruedas para el invierno, como si eso lo justificara todo. Además son cuatro, piensas. A este paso hasta marzo o abril no me lo dan. Más o menos.

¿En todos sitios es así?


*Foto: julep67