En un lugar de la Mancha...
Leo en el diario británico "The Independent" que el pasado fin de semana James D. Watson concedía una larga entrevista que publicaba otro medio. Hasta ahí no me sorprendía nada. Es de lo más normal.
Los que no entendemos nada de ciencias no sabemos quién es este señor ni porqué concede entrevistas. Claro.
La cosa es que según voy leyendo este señor es premio Nobel de Medicina por sus investigaciones en el campo de la genética humana y codescubridor de la estructura de nuestro ADN. El asunto se va poniendo más interesante, a lo mejor tiene algo que contar; acostumbrado a tanto elemento que no tiene nada que decir y dice. Parece que merece la pena seguir leyendo.
En mitad de la entrevista este investigador tan listo listísimo suelta su perla defendiendo que los blancos son más listos que los negros. "Nuestras políticas sociales se basan en la idea de que la inteligencia (de los africanos) es igual que la nuestra, pero no es así". Absurdo.
Los científicos de la cosa saben que hoy por hoy no conocemos el conjunto de genes que influyen en el desarrollo de la inteligencia ni conocemos exactamente en qué secuencias de genes nos diferenciamos unas razas de otras.
Entonces, por qué esta absurdez de un nobel en pleno siglo XXI.
Propongo que al igual que se conceden los Premios Nobel haya una ceremonia semejante para desposeerlos, ante cosas tan estupidas como éstas. Igual. Al son de fanfarrias, violinillos y trompetillas, y con el rey Carlos Gustavo de Suecia, muy circunspecto él, con toda su Corte quitándolos.
Además digo yo que tan blanco es el blanco de Las Pedroñeras (Cuenca) como el rubio de Gotemburgo o el cow boy reventón del rancho de Wichita, que no sé dónde está pero me apetecía ponerlo. Según este señor son igual de inteligentes sólo por ser blancos.
Yo lo que creo es que a este nobel tan premio Nobel se le debe estar secando el cerebelo de tanto mirar por el microscopio y, claro, dice ya algunas tonterias trasnochadas. A juzgar por las cosas que afirma en las entrevistas.
Conozco a otro que de tanto leer libros de caballería confundía molinos de viento con gigantes que le acosaban. Pero, claro, éste ni se llama Alonso Quijano ni es un Ingenioso hidalgo manchego.