Los semáforos
A las ocho de la mañana la ciudad es un hervidero de gente, prisas, carreras y coches. Muchos coches. Los guardias intentan regular el caos mientras un mendigo duerme, ajeno, entre unos cartones y dos cajitas de ésas de vino barato. Olvidado de todo, como si fuera una estación que se le pasó a Vivaldi.
A medida que avanza el tráfico me gusta aprovechar las paradas en los semáforos para observar a la gente. En la primera parada, en los escasos 30 segundos que dura, se bajan del coche de delante por la puerta trasera cinco niños como si fueran marines desembarcando en Normandía. Abren el maletero del coche y sacan cinco mochilas, carpetas, libros, bocadillos envueltos en papel de aluminio, un balón y dos guitarras. Vamos, que no descargan un piano de cola porque no viene en los planes como asignatura que si no... Ah, claro, me olvidaba, y una flauta. Cierran el maletero y despiden a la conductora tirando un beso con la mano. Todo en medio minuto. Yo me quedo pensativo diciendo estos niños de mayores deberían trabajar en los boxes de fórmula 1 para alguna escudería.
En el siguiente semáforo coincido con un coche a mi derecha conducido por una chica. Aprovecha para tomar algo de su bolso, se mira de cerca en el espejo retrovisor y empieza a maquillarse. También preciosa sin maquillaje. Mucho. Cuando termina me mira y sonriendo le hago con los dedos la "o" del o.k., se ríe y aprovecha el verde para irse mucho más veloz que yo en su coche más nuevo, potente y rojo que el mío.
Coincido ahora con el hombre taciturno y gris de dos semáforos antes. Gris él, gris su traje y su coche. Se enciende otro cigarrillo. Sin comentarios.
En el cruce de Atocha con Alfonso XII, llego al siguiente rojo donde ya hay un señor aprovechando el semáforo para echar una ojeada al periódico. Lo he leído antes, en el desayuno, y desde luego hoy no está el mundo como para leer el periódico y conducir a la vez. Se pone en verde y el coche de atrás toca la bocina como un poseso tras el despistado conductor.
En el último, antes de llegar a la oficina, se pone a mi derecha el mejor. Es un hombre cincuentón, ni muy flaco ni muy gordo, podría decirse que no destacaría por nada. Cuando me fijo veo que se está metiendo el dedo en la nariz. Eso no es tan grave, todos alguna vez lo hemos hecho; pero lo que sí es llamativo es que se lo estuviera metiendo casi hasta el codo.
Bueno, me gustan las paradas en los semáforos cuando voy a trabajar. Cada día me hago un camino más largo, y a este paso me van a despedir. Bueno me quedaré a vivir con el mendigo para ver todas las mañanas pasar a los coches.
5 comentarios:
Veo que sí sabes alegrarle la vida a la gente...
Es que hoy recibí un "OK" de tu mano por mi blog... y me hizo sentir bien :D
¡Un abrazo!
uff, ataque de spam...
Muchas gracias por tus comments.
A mi me gusta ver la gente por las calles, lamentáblemente por acá las personas están cada día más tontas y viven al borde del atropello...eso me pone histérica.
María P. y Carly, gracias por vuestras palabras. Otro ok con la mano. Espero veros en otro semáforo.
Un saludo a los de la diarrea del spam.
cada vez aguanto menos el tráfico de las ciudades,los atascos y los malos humos de coches y personajillos...pero sí que me gustan las pequeñas historias que encierran....me agradó el "bodegón" que has pintado
un saludo
Max, un abrazo también.
Tampoco aguanto los atascos. Esta vez se ha pasado el alcalde con las obras. Pero la vida es estar en obras contínuamente.
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